jueves, 3 de abril de 2008

Sueño # 6

Yo veía todo como si fuera una película lenta y bonita que no le entiendes mucho pero disfrutas viéndola en el canal 22. Veía a una mujer más bien triste que se embarcaba todos los días para llevarle comida a su esposo que trabajaba en un laboratorio dentro de un barco gigante en medio del mar. Al verla acercarse el marido bajaba del enorme barco en un pequeño bote para recibir la comida, besar a su mujer y siempre esperaba que la mujer se alejara para regresar a su trabajo. La mujer perdía primero de vista la mano del esposo despidiéndola, luego su silueta, y al final el barco inmenso, desembarcaba y se iba más bien triste a esperar que el día siguiente llegara. Yo veía todo como si estuviera parada en la cabeza de la mujer. Un día duraba y sucedía exactamente igual que el siguiente y que el anterior. Sin embargo, en una ocasión, la mujer llegó, yo sobre su cabeza y el marido ya la esperaba, recibió la comida, olvidó besarla y aprisa regresó a su trabajo, distraído; la mujer iba a regresar pero decidió esperar un poco, entonces el barco comenzó a girar, primero lento, después a más velocidad, más rápido hasta elevarse y desaparecer.

Y ahí estaba en la casa de aquella persona doctor, sentada en una silla sucia sin decidirme a levantarme, a salir corriendo, a quedarme por siempre ahí. Me tranquilice después de un rato, estuvimos en silencio y fue él o ella no sabría cómo nombrarlo, quien rompió el silencio: Tu ex marido y yo fuimos amantes durante mucho tiempo. Entonces sí, no resistí y tuve que correr a vomitar, me caí al suelo, lloré como hacía años no lo hacía, maldije a no sé cuanta gente, me maldije yo, grité hasta el cansancio. Qué había hecho para que Julián fuera tan infeliz y se refugiara con estas personas. Cómo había fallado, como mujer, como esposa. Tantas preguntas y nadie a quien preguntárselas; no sé cuantas de éstas grité al aire, cuantas sólo pude balbucear, cuantas no llegué a externar, a organizar en mi cabeza. Sentí la presencia de aquella persona durante todo el tiempo, sentía su mano en mi espalda, su intento de voz intentando calmarme. Lo agredí, lo insulté, le dije que por su culpa había sufrido muchos años, qué no tenía la menor idea de lo que había padecido. Bienvenida me dijo y se fue a sentar.

Estuve tirada no sé cuanto tiempo. Preparé un té, dijo desde su asiento. A mí se me habían terminado las fuerzas, había oscurecido a mí alrededor. Fui a mi silla, tomé la taza del té.

Es una historia larga, comenzó. Fue alrededor de hace cinco o seis años, no recuerdo bien; la primera vez que vi a Julián me acerqué porque me di cuenta que toda la noche me había estado observando, estábamos en un lugar llamado el Caguamero, en la zona de tolerancia. Le pregunté que si, tontamente, porque en realidad no quería, pero era mi trabajo, le pregunté que si podía sentarme, que si tenía algo que decirme, me dijo que me sentara por favor, que, de hecho, sí tenía algo que decirme. Me dijo que tenía tiempo siguiéndome, pero que de seguro yo nunca lo había visto, que me había seguido durante varios meses, que conocía mi domicilio y mis caminos, dijo que había memorizado mis vicios y mis horas. Antes no se había acercado, una porque no era lo suficientemente valiente y otra porque no era necesario, que en un principio era suficiente verme… y para mí sus palabras, como ahora que vuelven a resonar en mí, resonaron con mucha fuerza aquella primera vez que las pronunció. Dijo que con verme era suficiente para sentirse vivo, disculpe que le diga esto pero sólo trato de contarle las cosas justo como sucedieron. Dijo que cada vez que me veía una sensación rara que tenía años sin experimentar le surgía del cuerpo. Yo por supuesto pensé que estaba bromeando, que lo decía como todos los demás cuando quieren acercase y dicen cosas como esas. Entonces comenzó a describir fecha, hora y lugar en dónde yo había estado y que había hecho que… me sorprendió. Así fue durante algunos meses, me buscaba y pagaba por sólo platicar, era suficiente para él eso, señora, él me ayudó mucho a mí, tal vez sin él yo ya no estaría aquí, pero también acepto que por él no iba a cambiar, yo estaba metido en esto y no podría salir ya nunca. Hablamos mucho pero así como un día dejó de ser suficiente el verme y tuvo que cruzar el límite y hablar conmigo, así un día cruzo el límite e hicimos el amor. Para mí, lo confieso, fue sólo un trabajo más, pero para él, lo sé porque lo sentía en el frío y en el temblor de su cuerpo, para él fue importante. Así transcurrió nuestra historia durante varios meses, hasta que un día habló conmigo y dijo que no soportaba verme con otros clientes, que tenía una casa para mí y quería que sólo trabajara para él, me daría un sueldo, yo acepté. Nuestra relación duro un poco más de tres años, disculpe que lo diga pero nunca me enamoré de él señora, me tranquilizaba, eso si, pero amor, pienso que ni él llegó a sentir hacia mi.

Hable con aquella persona casi toda la noche, nos abrazamos al final. No sé qué cambió en mi, doctor, pero algo se había aliviado, algún dolor, alguna tristeza había terminado por desaparecer. Un pedazo de mi corazón comenzaba a descansar.

martes, 1 de abril de 2008

Sueño # 5

Una luz blanca en medio de los ojos, una cama blanca, un cuarto blanco. Un doctor flaco, blanco, dos enfermeras blancas a mi alrededor. Mi cuerpo liviano, desnudo bajo una bata blanca y tres voces gimiendo: “¡Puje, puje que ya viene!”. El día que nació mi hijo hacia tanto calor que sudé tanto que me dio tanta vergüenza. “Se le ve la cabeza, un poco más”. Un dolor tan lindo en el vientre, tan blanco. “Va muy bien, un poco más”. Se llamará como su padre pensaba y nos veía a los tres risa y risa en la casa, tirados en el piso. “Un poco más mamá, casi lo logramos”. Mi hijo con el pelo blanco a mi lado que me hizo levantarme, pero el doctor y su guante blanco me detuvieron y un tapabocas y unos ojos blancos de lechuza: “Espere un poco, casi lo logramos, no se rinda”. Y mi hijo a un lado, y qué estoy pariendo pensaba, qué estoy pariendo entonces les dije: “Estamos cerca” dos enfermeras al unísono con plumas en la cara, con ojos redondos. Qué estoy pariendo grité con tanto sudor en la cara, mi hijo a un lado y el doctor y las enfermeras extienden las alas y se van volando.

Y ahí estábamos frente a frente, como le contaba hace unos días en el sueño # 3, doctor, el último eslabón de mi investigación y yo, viendo fotos y riéndonos como dos viejos conocidos. Dos días antes conocí a una mujer que me dio su nombre y dirección, una mujer vieja y elegante conocida como la Vitola, le dije y soltó una carcajada que pensé se ahogaría: “La Vitola, la Vitola”, decía una y otra vez. Jamás ha hecho algo bueno por alguien, dijo, antes no te pidió dinero o algo peor por la información, ¿no te pidió dinero verdad?, en realidad sí, contesté y volvió a carcajearse. La Vitola era una mujer que tenía alrededor de sesenta años, trabajó mucho tiempo de imitadora de Rocío Durcal, pero nunca consiguió que le dijeran Chío ni encontró el Amor Eterno. Vivió de burdel en burdel aclamada más como la Vitola que como la Durcal. Un día, como buena diva, se topó con quien la haría desgraciada, y la Vitola, en lugar de darse un balazo o tirarse al vicio, se volvió al Cristianismo, fundó su propia iglesia y se hizo pastora; ocupación que no le duró mucho tiempo pues como ella explica: “quien en las venas tiene sangre y en la sangre un bule, chingo a mi madre si con agua bendita se lo enjuaga”. La gracia de la Vitola es hablar e imitar y de eso morirá. Si la encerraran con cien gentes en un cuarto, podría reproducir fielmente las pláticas de un día entero agregando ademanes, gestos y tonalidades de la voz. Como buena parlanchina se dedicó a estafar a mucha gente, era algo que no podía evitar, no podía dejar de ver a las personas como clientes y a sus clientes como enemigos. “Muchas veces me refugié en tu ex marido, él, contrario a las demás personas era bueno, no digo que no llegué a robarle algunos pesillos, pero no muchos, pero ay mija, aquí ya en confianza, si le llegué a robar dos tres pesillos”.

Hablé con ella, bueno, más bien ella habló conmigo como seis horas. Me dijo que te buscara y aquí estoy; dijo que tú me darías más respuestas, que me lo merecía. Me despedí y comencé a caminar y al poco rato me alcanzó y me dijo: “Piensa que el amor es bonito, pero la libertad, esa, es importante”. Dio media vuelta y se fue.

Tengo mucho tiempo sin ver a esa mujer, me dijo, fue gran amiga de tu ex marido, él quería sacarnos a todos del hoyo, pero lo nuestro es la mala vida y aunque la padecemos ahí nos vamos a quedar.

Yo le veía los ojos doctor, y le veía las manos y nada vivo encontraba, no dejaba de pensar que hacía Julián con estas gentes. Un asco me creció en la panza, gente tan oscura, cochina, descuidada, tirada a la dejadez; no sé cómo vive esta gente tan deforme, cómo puede salir a la calle. Su cuerpo ya no es un cuerpo humano, qué comen, cómo se comunican. Todas las gentes que he conocido a raíz de esta búsqueda, todas sin excepción, no lo había pensado antes, pero las odio; odio tener que estar cerca, tener que hablar con ellas; perdón doctor, pero me descubrí tan cansada entonces, no quería golpearlos o insultarlos, simplemente me daban tanta lástima, tanto asco que comencé a llorar y dejé caer las fotos. Aquella persona me miró y pareció entender lo que sentía, se levantó, movió su silla y se sentó un poco más lejos de mí a esperar que me tranquilizara.

Perdón, escribiré pronto, no me es fácil hablar de esto. Perdón.